Tengo un amigo imaginario que es lo que siempre quise ser, antes de ser quien soy, Farero. El faro que cuida y vigila la costa está situado en alguna isla. Nunca le pregunté en cual. Siempre que hablamos, lo hacemos para sentir sosiego, por eso nunca hablamos del lugar. Hablamos de su yo y el mió, y para hacerlo jamás emitimos sonidos, solo escuchamos el vaivén de las olas golpeando la costa y un ligero chirriar del sistema giratorio del haz de luz que guía a los marineros.
Pero el otro día fue distinto, rompimos las reglas que nunca diseñamos y me contó una historia increíble. Me dijo que participó en un concurso de esos de la TV donde regalan coches, lo hizo por hacer, por romper con algo distinto a la monotonía. Con tan mala suerte que le tocó. Mi amigo el farero no salía de su asombro. Al principio se alegró, luego se quedo pensando y finalmente asumió el premio. Ahora mi amigo tiene un faro, una barca y un coche. El faro le da de comer, la barca le conecta con la otra vida y el coche apenas le gasta gasolina.