Todavía recuerdo aquella estación, era la estación de mi infancia, estaba enclavada en las faldas de las minas carbón en aquel valle del Bierzo donde nací.
Cuando después de los años uno vuelve a pisar aquel paisaje, cuando uno se sienta de nuevo en el banco bajo el reloj de números romanos desvencijado ya por el tiempo y sus inclemencias, todo se ve mas pequeño, incluso los sueños que tenia. Era la estación del pueblo.
Por aquellos raíles pasaban las locomotoras silbando y escupiendo ese humo blanco que inundaba el horizonte, y aquel niño la miraba, sin pausa sin palabras, agarrado a la mano de la abuela materna, esa abuela madre, esa madre abuela. Esa estación era el símbolo de la despedida, de la llegada. De las lágrimas y los abrazos. Era también la estación de los sueños, de los sueños rotos y de los que estaban por venir.
Aquella estación era la guarida de los vagabundos, de los sin techo, de los que un día viajaron a ninguna parte, de los perdidos hombres de la noche. Hoy esa estación, no tiene trenes, no tiene bancos ni relojes. Hoy esa estación no tiene viajeros ni locomotoras de humos blancos. Le llaman la estación de los sueños rotos porque un día se durmió y nadie se acerco a despertarla.
Los Niños de la Estacion LENINGRADSKY