Un articulo de:Paul Henri Alanís Noyola
Sangre, devastación y gritos reducidos a un murmuro. ¿Cómo puede tornarse tan negro algo que mueve a tantos? Aquello que es la misma razón de existir de millones. (Paul H. Alanís N.)
Desde que ha existido la idea de una sola religión verdadera, su nombre se ha manchado de sangre. Pues desde los confines de la Tierra al corazón de Europa, hasta los ocultos caminos que llevan al oriente, la religión ha sido una razón primordial justificar para la muerte.
En este breve ensayo mi propósito no es atacar la fe de aquellos que siguen la creencia de su corazón, ni pretendo tampoco cuestionar nada ni robarles el sentido de su devoción; más bien, pretendo entender el por qué del fanatismo humano -del cuál han nacido conductas desviadas y aberrantes-. Sin embargo, considero necesario dar voz al dolor de tantos individuos que viven oprimidos por temor; ese miedo por fallarle a algo intangible.
Y es que muchos buscan en la religión una respuesta a nuestra angustia existencial; esa interminable búsqueda de una verdad esquiva y escondida. El miedo a la muerte, tal vez? parece imposible para algunos creer en la mortalidad propia, y el hecho de llegar tan sólo a considerar que todo aquello que vemos y sentimos, e incluso la vida misma tienen un alto, la inevitabilidad del fin del ciclo, les aterra; pero al fin ?somos polvo y en polvo nos convertiremos?.
Esto me lleva a un cuestionamiento que requiere de una respuesta a conciencia. ¿Qué tanto vale la religión para nosotros? Para algunos significa arriesgar la vida propia y la de aquellos a los que aman, sin mencionar a terceros; al fin y al cabo los castigos con que se les ha amenazado son mucho peores? ¿O no?
Por otro lado, yace al descubierto la paradoja sobre una religión que proclama paz, justicia y amor para aquellos que la profesen y al mismo tiempo distorsionarse y decaer en formas tan aterradoras? Me remito a la Yihad, a los crímenes de odio contra homosexuales, a los matrimonios forzados y a tantos factores culturales y religiosos de los cuales muchas personas no pueden escapar. Esta realidad tuvo un inicio, pero aún no está escrito su fin. Tiene pilares a través de la historia, fanatismo teñido de rojo; lamentos sofocados con látigos y plomo; lo dicho, aún no se aprecia su final.
Y observo a través de un cristal ya en añicos, crisis de fe, tal vez? pero puedo asegurar que hablo con sinceridad. Tengo fe, más no un dios o un estandarte de las tantas iglesias y religiones organizadas que envenenan la mente de tantos?
Es la fe en la que deposito mi esperanza, no en normas religiosas o en grandes santuarios de oro. Es en el corazón donde guardo mi fe. La fe en las personas que amo, la fe en mi familia, en mí mismo y en lo que puedo hacer. Ateo, solitario o lo que sea, soy una persona que dentro de sí cree en el amor, pero que tampoco olvida las tantas cicatrices humanas que en la historia pueden servir de recordatorio, mudos testigos y estigmas insanables sobre lo irracionales que hemos sido como humanos.
Se han prometido castigos y sufrimiento como consecuencia de nuestros errores. Pero, tal vez nadie ha caído en cuenta de que como humanos, cometemos tales errores. Y como alguna vez mencionó Nietzsche acerca de aquellos que profesan el cristianismo, ¿no era precisamente Jesucristo quién pedía que no se hiciera un culto al hombre o al templo? El bien, el amor y el perdón no se hallan dentro del oro que baña tantas iglesias. Se debería de hallar en la mente, y en el camino por el que decidimos andar.
Tal vez allí se encuentra la auténtica divinidad, no en un hombre o en un objeto? Así que os invito a observar el horizonte, con la frente en alto y a gritar con orgullo que no tienes más miedo de morir, porque tienes el poder de dejar una huella en el mundo hoy y para siempre.
Paul Henri ALANIS NOYOLA, es estudiante del 3er. Grado del Bachillerato en Ciencias Sociales y Humanidades de la Escuela Preparatoria por Cooperación (PREFECO) .
