Tenia hace tiempo guardado este post, el autor para crear un retrato adolescente de la España en su retina, hace analogia al libro del escritor referido en la parte inferior y habla de un sindrome. Cuando lo estaba leyendo por primera vez estaba convencido de que yo tambien estab infectado de esa cosa. Lo marcado en azul son en las que me identifico. Son demasiadas. Tal vez. Pero hasta la fecha han hecho de mi un tipo adorable. Al menos es lo que dicen..ellas. Ah y ademas he creado este pequeño avatar que desde hoy estará pegado a mi culo.
El Condencial.com
@Carlos Sánchez - 24/04/2009
Cuando el sociólogo estadounidense Dan Kiley publicó en 1983 su obra más célebre, El síndrome de Peter Pan: La persona que
nunca crece, desveló algo que mucha gente sospechaba. La existencia de jóvenes
inmaduros que se niegan a asumir el paso de los años. Se trata de personas (normalmente
hombres) que se comportan de una manera infantil en sus relaciones sociales y personales. Como si la edad adulta no existiera.
No estamos ante ninguna patología, pero no hay duda de que el síndrome describe un comportamiento anormal que tiene entre sus principales características el narcisismo. Los que padecen el síndrome son
sujetos egocéntricos y caprichosos que
están convencidos de que su forma de actuar es la único posible. Y, por supuesto, la mejor.
El libro de Kiley se refiere a personas, pero también es útil para describir el comportamiento de determinadas sociedades, que pueden llegar a abrazar ese síndrome de forma colectiva. Se trata de sociedades jóvenes que han sufrido en pocos años transformaciones radicales, lo que explica una animadversión casi patológica por los cambios. Piensan que están en el mejor de los mundos posibles y que, por lo tanto, no hay nada que cambiar.
Este cuadro clínico coincide con el comportamiento de cierta clase política y social, que no parece dispuesta a romper el statu quo económico (y político) aunque el país se desangre social y económicamente liquidando un tejido productivo que ha tardado años en construirse. El caso español es, probablemente, paradigmático. Un país que hace apenas 20 años reclamaba ayudas para sacudirse el subdesarrollo, se comporta ahora como si fuera un nuevo rico, rechazando de raíz cualquier reforma económica. Como si los cambios que ha sufrido el país en las últimas décadas no fueran consecuencia, precisamente, de su capacidad de adaptación al nuevo contexto.
Recuerda, de algún modo, a esos padres que son despedidos de su trabajo, pero que lo ocultan ante sus familias para no aparecer como fracasados, lo que les obliga a endeudarse para mantener el tren de vida de los suyos.
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