Dedicado a Putas y Putos ( TODOS )

Desde que nací he sido un hijo de puta, hijo de una - señora puta – de una puta señora – y sinceramente, no soy el único. Personalmente, no condiciona mi vida en absoluto, viendo lo visto.
Era puta en los tiempos de pan y chocolate, de pan aceite y azúcar, de harapos y de asesinados en la cuneta. Eran otros tiempos. Era el hambre y la subsistencia. Eran tiempos de madres solteras, de madres con hijos que a la vez eran hermanos .
Hoy después de cuatro décadas, las razones de una puta o puto, son las mismas, pero con algunas diferencia, totalmente lícitas - entre ellas - las de las Sociedades de Consumo. Antes se las quemaba, se las apartaba, se las hacía de menos, hoy después de cuatro décadas hay muchas mas putas y putos a los que se les aparta, se las estígma, se las graba, se las denuncia, se las echa del recinto sagrado y público que es la calle. E incluso su “oficio” de puta, se utiliza para insultar a otro. ¡¡¡ Como hemos avanzado verdad ¡¡. ¡¡¡ ¨Viva el ser Humano¨¡¡
Pero hay algo que sobresale a todo eso, y es que desde siempre todos nos hemos prostituido de alguna manera. Por eso, todos y todas somos un poco Putas.
La Globalización y los modelos sociales de la mayor parte del planeta están basados en el consumo, marcados por gobiernos socialdemócratas con espejos de libertinaje consentido. En los libros que marcan los derechos democráticos, dice que todo ser humano tiene derecho a un trabajo y a una vivienda digna. ¡¡¡ Ja ¡¡. Sabemos de sobra que esto no se cumple, ni tampoco se hace cumplir. Que se lo digan, al ¨primer mundo ¨o a los ¨otros mundos ¨.
Quizás esta sea una razón para que los seremos humanos mediatizados por esta falacia, se busquen la vida como quieran, puedan o les dejen, tienen derecho a tener lo que continuamente se les dice, y se les inculca. Poseer - sino - no son nada, ni nadie.
Por eso hoy existen las otras Putas, las señoras de apellido ¨noble¨ que reza a su Dios el mediodía del Domingo. La puta de rayas en WC. La puta secretaria del despacho de Don Onofre, que conserva su silla después de escribir el informe, al tiempo que le chupa el cipote. Las dependientas putas de las putas tiendas de moda. Las putas cajeras del centro comercial. La chofer del autobús de línea que nos lleva a la casa de las otras putas. La Chelo, que toma el café de las once en la degustación del encuentro. O la Juli que quiere comprarse un apartamento en Ibiza. También esta la estudiante de solfeo, la de piano. Y porque no, Matilde la educadora social amiga de Carlota, - esa que no se pierde una misa de Don Anselmo - se embelesa cuando cita a Mateo en su versículo octavo….Y tantas y tantos.
Hoy nadie se salva, y en la mayoría de los casos es porque no quiere. Lo cual, aplaudo efusivamente. Y ademas ¿ salvarse de que ?.
Así que para todas las Putas y Putos dedico esta canción de Tito Rojas. Y en especial, para las que me follaron salvajemente, para las que me engañaron inteligentemente, para las que me dejé engañar, para las miserables, para ¿ las de clase ¿. Y más que nada para todas las Putas que están por llegar.

Señora de Madrugada




Señora de madrugada
qué buen empleo, cobró por usar mi almohada y fue un recreo
señora de madrugada
qué gran estafa, mordí muy bien su carnada y qué bien trabaja.

Señora de madrugada, sin dueño alguno
en su carrera ganada no fui oportuno
señora de madrugada qué desperdicio
en vez de ser bien amada, ama su oficio.

Y sigue siendo señora frente a la gente
no importa si se enamora de algún buen cliente
y sigue siendo señora fiel a la cita
y su cara la decora, siendo bonita.

Señora de madrugada qué tonto he sido
vestirse a cambio de nada, seré su marido
señora de madrugada no se preocupe
no fue tan mala jugada, siempre lo supe.

Y sigue siendo señora frente a la gente
no importa si se enamora de algún buen cliente
y sigue siendo señora fiel a la cita
y su cara la decora, siendo bonita.
ella nunca está pendiente, no le hace caso, no le hace caso a lo que diga la gente
porque ella tiene que trabajar y tiene que luchar así para poder mantenerse.

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BOIKOT A LA MARCA FIAT


El es Giovanni Agnelli ( fallecido ) estaba en el consejo de administración de la compañía desde su creación, pronto sus ¨dotes¨le elevaron a lo mas alto de la misma, no se sabe si por su capacidad empresarial o por sus connotaciónes políticas. Colaboró activamente con el fascismo en la italia ocupada por los Nazis, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, e hizo pingues negocios con dictadores, ejemplo: Augusto Pinochet. Historia de Fiat.
Con estos retázos y con este Curriculum, no es de extrañar que hoy la compañía siga estando cerca de las Dictaduras, como por ejemplo la de la República Popular China.

Amnistia Internacional no ceja en denunciar, las continuas matanzas que los militares chinos, enviados por el régimen estan llevando a cabo contra el pueblo pacífico del Tibet, llegando incluso a calificarlo como de - limpieza de seres humanos -. Las matanzas indiscriminadas y el silencio a los medios informativos, prohibiendoles, como todos sabemos, la entrada al país.

De todos es sabido la inclinación de Richar Gere por el pueblo Tibetano, ademas de practicar el Budismo, bien pues este anunció,protagonizado por el actor a llegado a ser un posible problema para la Compañía, ya que el gobierno dictador chino, podría castigar a la firma italiana. Tanto es así, que FIAT a pedido perdón por esta campaña publicitaria.






La multinacional explicó que las promociones y campañas publicitarias de sus vehículos han estado relacionadas históricamente con eventos o personas que tienen una repercusión internacional y que la elección de éstas nunca se ha producido por una base política.
El grupo Fiat ha pedido disculpas al Gobierno chino por las posibles malas interpretaciones que puede ocasionar la elección del actor Richard Gere para protagonizar el último anuncio de televisión del nuevo Lancia Delta.

Según la compañía italiana Fiat ha elegido a este actor, que realiza un recorrido desde Hollywood hasta el Tíbet, por su carrera cinematográfica y no por sus ideas políticas.
El grupo Fiat admitió que la última campaña publicitaria del Lancia Delta, con Gere como protagonista, "podría herir la sensibilidad de algunas personas dentro de China", por lo que asegura que la elección de este personaje no se ha producido por ningún motivo político.
El consorcio italiano proclama "su neutralidad con cualquier tema político, ya sea nacional o internacional" y explica que la utilización de dicho actor para este anuncio "no puede ser entendida" como una aprobación de las ideas políticas y sociales de Gere por parte del grupo Fiat.

La multinacional explica que las promociones y campañas publicitarias de sus vehículos han estado relacionadas históricamente con eventos o personas que tienen una repercusión internacional y que la elección de éstas nunca se ha producido por una base política, ni para interferir en el sistema político de ningún país, en especial en lo referente a la República Popular China.
Por todo ello, el grupo Fiat ha decidido pedir disculpas al Gobierno chino por las posibles malas interpretaciones que puede tener esta campaña de publicidad, al tiempo que resaltó su posición de neutralidad política.
Visto en : Periodista Digital.

Es increible tanta desfachatez, y por otro lado, no es de extrañar que teniendo raices fascistas, se posicione al lado de los dictadores. Una cosa, es la neutralidad politica y otra muy distinta es apoyar con el silencio la matanza de seres humanos en la mas estricta impunidad, y mucho menos pedir perdón a militares asesinos. El dinero antes que la vida. ¡¡ Bastardos ¡¡. No se si mi proclama o denuncia, llegará a muchos o pocos, pero desde mi humilde blog, pido el BOIKOT total a la marca FIAT.

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Obsesión de Mujer


Bukowski dice :

Esta mujer es tambien - muy chéreve - y también argentina, la sigo como a Casciari. Los argentinos tienen algo que me engancha, no se si es, la gran faceta de ¨actores ¨que cada uno lleva dentro, o esa melancolia en forma de protesta continua , que desprenden siempre sus palabras, al menos a mi me lo parece En esta ocasión ella nos habla de una mujer, de...

Título: La Aféctada.
Autora: Bestiaria

El mejor lugar para reconocer a una afectada es la cocina. Es la única persona que corta medio tomate y guarda la otra mitad en un tapercito adentro de la heladera, le pone un broche al paquete de yerba, usa una bandita elástica para cerrar el paquete de galletitas y huele absolutamente todo lo que va a comer.

Además, revisa puntillosamente la fecha de vencimiento de todos los productos, va al supermercado con una lista, descarga los productos en orden sobre la cinta de la caja registradora (primero carnes y lacteos, luego verdulería, después perecederos, bebidas y limpieza) y pone los pollos y las bandejitas de carne en otra bolsita de nylon de la verdulería para evitar que alguna gota de sangre salpique la mercadería.

La afectada nunca cocina sin receta. Es incapaz de innovar o modificar la los condimentos de acuerdo a su gusto personal. No improvisa ni una ensalada. Su cocina se parece a una gran cadena de franquicias: es siempre la misma tarta, con la misma cantidad de queso y el tomate puesto en el mismo lugar. Si aprendió a hacer un plato que lleva doscientos setenta y cinco gramos de queso rallado y sólo tiene doscientos cincuenta, el menú se frustra hasta nuevo aviso.



Pero aparte de obsesiva, la afectada es supersticiosa y obediente como un empleado estatal. Tanto, que es la última mujer del mundo que todavía cumple con ciertos mitos de la gastronomía hogareña. Es la única que pone a leudar una masa todo el tiempo que indica la receta, la que deja en remojo las legumbres durante toda la noche (los demás nos olvidamos y las cocemos directamente o las ponemos en agua dos horas antes), la que espera que una torta se enfríe para probarla (las personas normales le cortamos un pedacito apenas sale del horno, nos quemamos vivas, la destrozamos y después la emparchamos con relleno), la que cree que hay bolsas especiales para freezer, y la típica ama de casa que trasvasa fideos, arroz y azúcar en frascos individuales que vuelve a llenar con el paquete original a medida que va consumiendo el contenido.

Por otro lado, la afectada lee las etiquetas de lavado de todas las prendas, refuerza la costura de los botones antes de que se caigan, repone el cepillo de dientes cada seis meses, jamás se sienta en un inodoro ajeno (incluso abre la puerta con papel higiénico en la mano), lee el manual de instrucciones antes de armar un mueble y todas las noches gira la almohada una veintena de veces hasta encontrar la mejor posición.

Cree en las ceramidas, en la placenta de tortuga, en los oligoelementos, en los productos fortificados con hierro, en el triángulo de las bermudas, en San Expedito, en las propiedades sanadoras del germen de trigo, la fórmula secreta de coca cola, y en todo lo que dicen en la televisión.

En la escuela secundaria, es muy fácil reconocer a la afectada porque tiene colores para subrayar y siempre sabe qué hay que hacer para el otro día. Pero desgraciadamente para ella, sus rituales no se mezclan nunca con la inteligencia. De hecho, en la mayoría de los casos es una burra infernal que memoriza las lecciones como un grabador de mano y pregunta —por las dudas, para estar segura— cuarenta veces por clase si ese tema va a estar en el examen, si es lo mismo comprar flauta Melos que Yamaha, y si puede usar el manual de geografía que usó su hermana el año anterior.

En la universidad, la afectada toma minuciosos y estériles apuntes de obsesiva. No escribe palabras clave ni hace cuadritos con flechas. Como una secretaria antigua, copia hasta el último artículo y la última conjunción de la lección. Es la víctima número uno de los rumores académicos sobre profesores incorruptibles y burocracia descabellada sobre el porcentaje de asistencia y otras pavadas. Se cree todo. Si le dicen que no puede entrar pasados cinco minutos de clase, piensa que de verdad le van a cerrar la puerta.

Cuando tiene un hijo, la afectada no hace nada que no haya dicho el pediatra. Lo llama cuarenta veces por día para preguntarle si puede reemplazar la zanahoria con zapallo, la manzana por banana o el yogur de vainilla por uno sin sabor. Sin embargo, su taradez no está asociada a un trastorno obsesivo. No se enferma de angustia si el nene tiene tos o llora por la noche. Simplemente no sabe ni puede imaginarse qué hacer para curarlo. No entiende. No sabe en dónde buscar. Se queda clavada en el piso.

Cada vez que sucede algo nuevo, la afectada se para como un juguete sin pilas. Para ella, todo lo que no tenga instrucciones es un agujero negro. Cada suceso, cada noticia, cada variación, es como una angustiosa caja de sorpresas que hay que mantener cerrada a cualquier precio. No vaya a ser cosa de que se abra y ella no tenga ni un tapercito, ni un broche, ni una gomita, ni una bolsita de freezer, para meterlo todo adentro de nuevo.
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Un Historia de Mentiras Arriesgadas

Bukoowski dice:
De nuevo por aquí en mi blog este - argentino chévere -. Esta vez lo hace, para contar una historia que ( cierta o imaginada ) es una realidad tangible. Me encanta como escribe y como describe situaciónes que de alguna manera hemos vivido, o tal vez viviremos en alguna ocasión.
Titulo: El Uno para el Otro.
Autor: Hernan Casciari.

Salir de casa para cenar con gente implica una serie de actividades molestas: bañarse, vestirse, perderse un partido de la Eurocopa, comprar un vino caro, sonreír dos horas sin ganas, a veces tres. Que te acompañen por las habitaciones para que veas una casa que no te importa. Dejar a tu hija con los abuelos, extrañarla. Cenar sin tele, sin cocacola, comer ensalada de primer plato, no desentonar, no fumar si no hay ceniceros a la vista. Muchísimo menos sacar la bolsita feliz. Son demasiadas cosas para la edad que tengo.

El viernes padecí una de estas cenas absurdas que ocurren cuando estás en pareja: Cristina tiene una amiga íntima que se fue a vivir con un señor. Hasta ahí todo bien. El problema empezó cuando entre las dos organizaron una cena. Corrijo: el problema empezó cuando me incluyeron en la cena.

Porque hasta entonces Cristina tenía una amiga soltera con la que almorzaba o cenaba cada tanto, pero ellas solas: yo no participaba en la relación. Pero ahora, que la amiga vive en pareja con alguien, me invitan. Supongo que por una cuestión de simetría.



—Quieren que conozcamos la casa —me dice Cristina—. Además él parece majo.

—Ningún hombre que acepta cenar a la misma hora que se juega la Eurocopa es majo —sentencié—. Es puto.

Llegamos a las nueve en punto, con un vino en la mano. Mireia, la amiga de Cristina, estaba radiante, colgada del brazo de este buen hombre, al que no conocíamos. La casa era la de él. Una casa moderna, en las afueras de Barcelona.

—Él es Pol —dijo Mireia.

—El famoso Pol —dijo Cristina, y le dio dos besos. Yo le di la mano y sonreí.

Pol era de esos tipos más jóvenes que yo, tres o cuatro años menos, pero que me generan el mismo respeto abismal que si tuviera veinte años más. La ropa le quedaba bien, estaba afeitado y se movía como si fuera grande. Esa clase de gente pulcra por convicción, no por mandato de la mujer o la madre. A Pol, con toda seguridad, nadie le dijo aquella tarde que se bañara y se pusiera perfume a los costados del cogote. Lo hizo solo, lo hizo por gusto. Era esa clase de gente incomprensible.

La cena, como es lógico, transcurrió por el andarivel de los lugares comunes. Una charla lánguida en la que se escuchaban los ruiditos de los tenedores contra los platos. Se notaba que ellas —Cristina y Mireia— tenían muchas ganas de hablar a calzón quitado sobre temas propios de mujeres; se notaba también que no lo hacían por culpa de nuestras presencias masculinas. ¿Por qué entonces habían organizado una cena de cuatro?

Más tarde entendí que ésa era la única manera de que Cristina pudiera conocer a Pol sin apuros —conocerlo de un modo social, quiero decir— para así después, a solas con su amiga, sacar conclusiones. Nosotros éramos muebles en la reunión, elementos anecdóticos. Y yo más que nadie.

Tuve una breve presencia discursiva durante la cena. Fue cuando el tema fue nuestra hija. No me cuesta hablar sobre esa cuestión y además los anfitriones parecían estar muy interesados en ella, aunque no tanto como para haberla invitado. Todo hubiera sido diferente con Nina en la mesa: yo habría podido hablar con alguien de mi edad.

En general la charla la llevaban las mujeres. Pol y yo nos sonreímos, en silencio, un par de veces. Al principio de la noche intenté sacar el tema futbolístico, pero no encontré respuesta por su parte. Él después me tanteó en cuestiones de negocios, pero yo bajé la vista y mordí una aceituna. No tardamos más de un minuto en sabernos incompatibles, y desistimos con hidalguía.

Sin embargo ocurrió algo que me reconcilió un poco con él. En cierto momento, a los postres creo, me hizo una mueca leve: entornó los párpados, levantó las cejas y movió la cabeza de arriba a abajo. Era el gesto masculino universal, el que dice: Hermano, aguantemos que falta poco. Me hizo bien saber que no era yo el único que llevaba el peso del aburrimiento en la mesa.

Cuando llegaron los cafés Mireia nos contó cómo se conocieron, ella y Pol. No podía faltar la minucia romanticona. Por lo que oí, ambos trabajan en la misma multinacional, ella de secretaria ejecutiva y él como responsable de recursos humanos. Aburridísima anécdota. El amor empezó a cuajar, por lo visto, en los pasillos de la empresa.

—De a poco —nos contaba Mireia, con una sonrisa gigante de mujer enamorada—, Pol empezó a hacerme obsequios imprevistos. Primero una flor, después un libro. Más tarde unas sandalias.

Pol sonreía, incómodo. Yo intentaba no mirarlo.

—Qué galán —dijo Cristina.

—Pero lo increíble de sus regalos —siguió Mireia—, es que nunca falló con mis gustos. La flor, una orquídea; el libro, de Coelho; las sandalias, de Koh-Tao…

—Como si te conociera de toda la vida —dijo Cristina, emocionada, y me miró con asco, posiblemente recordando el long play de Pappo’s Blues que le regalé para nuestro aniversario.

—Sí —aceptó Mireia, tomando la mano de su media naranja, y mirándolo a los ojos—, como si fuésemos almas gemelas.

Pol parecía intranquilo. No porque Cristina conociese esas intimidades rococó, sino por mi presencia observadora. A ningún hombre le gusta que otro escuche los detalles melosos de sus galanterías.

Hice un esfuerzo inhumano en favor de la raza:

—Pol —le dije, levantándome—, ¿me indicás dónde hay una terracita o algo, para fumar un cigarro?

Nos fuimos escaleras arriba, con dos cervezas. Todavía no habían desaparecido nuestros talones del comedor cuando las voces de Cristina y Mireia se convirtieron en murmullo cómplice y en risa ahogada: ya estaban hablando, por fin sin testigos, en el tono con que ellas solían hablar a solas.

—Disculpa lo del cigarro —me dijo Pol, ya acomodados en un balcón inmenso—, pero prefiero que los invitados fumen fuera.

—No quería fumar —mentí a medias—, quería salvarte de la charla cursi. Y salvarme yo también de tener que escucharla… Las intimidades me ponen nervioso.

—A veces conocer los secretos de los demás puede ser muy útil —me dijo con misterio, y bebió su cerveza.

Había cambiado la voz. De repente, al aire libre y con la luz de la luna, era otra clase de hombre, distinto al que había sido durante la cena. O eso me pareció.

—¿Quieres que te cuente, de verdad, cómo conocí a Mireia? —me preguntó, y aquí viene el motivo por el que estoy escribiendo esto.

—Contame, claro —y prendí un cigarro.

—Yo trabajo en tecnología, y aparte de que mis tareas incluyen controlar lo que hacen en Internet los cuatro mil empleados de la compañía, hace un año activé un sistema que me permite ver qué buscan los empleados en el Google.

—¿Eso no es ilegal?

—Es útil, lo útil nunca es ilegal —me dijo—. Google es una herramienta increíble. Las personas acuden a él como hace mil años acudían a los brujos, o al oráculo… La gente hace las preguntas más inverosímiles, pero son también preguntas decisivas. El buscador es una especie de Dios personal que no juzga, que solamente ofrece respuestas aleatorias, en general muy malas respuestas. Pero qué importa…

—Lo importante en tu trabajo no son las respuestas —intuí.

—Exacto —dijo Pol—. Lo que importa son las preguntas, las búsquedas en sí mismas. Un empleado con acceso a Internet busca cosas veinte o treinta veces por día…, diferentes cosas, siempre según su estado de ánimo y su necesidad vital. Si tú pones en papel las búsquedas que hace una persona en un año, tendrás el verdadero diario íntimo de quien quieras. El diario íntimo que nadie se atrevería a escribir.

Pensé en mis búsquedas privadas de Google. Me avergoncé tímidamente y le di la razón en silencio.

—La gente tiene inquietudes muy curiosas —me dijo Pol—. Ciertos gerentes de mi empresa, en apariencia muy seguros de sí mismos, buscan perfumes con feromonas para atraer mujeres. Por ejemplo. Algunas administrativas veteranas, con hijos ya adolescentes, ésas que se desviven hablando de su familia y tal, buscan todas las tardes videos de mujeres besándose. Hay un cadete al que le gusta ver fotos de viejas desnudas, ancianas de noventa años con las tetas por las rodillas, como uvas pasas, cosas por el estilo. Y así te podría contar la historia secreta de la Humanidad, a escala. Lo que hacen cuatro mil personas en una empresa no es muy diferente a los que hacen seis mil millones en el mundo entero.

Me vino a la cabeza, inmediatamente, aquel cuento de Borges en donde un cartógrafo decide componer un mapa que lo incluya todo y que, después de muchos años de trabajo, descubre que el mapa tiene la forma de su propio rostro. Estuve a punto de comentar esto, pero me interesaba mucho más que Pol siguiera con su monólogo.

— Desde hace un año, las búsquedas de todos mis empleados quedan guardadas en inmensos data warehouses —lo dijo en perfecto inglés—. Con esa información yo saco conclusiones a nivel management, claro. Pero también puedo saber, por ejemplo, qué tipo de flor le gusta a la nueva secretaria.

—O qué libro de Coelho.

Él rió.

—O qué marca de sandalia —me dijo entonces, con su verdadera sonrisa, que era una muy diferente a sus sonrisas de la mesa—… Mireia primero me entró por los ojos, desde el primer día que la vi aparecer por la puerta. Pero desde entonces mi trabajo fue minucioso: empecé a saber qué quería, qué temía, qué cosas la motivaban, qué compraba y qué vendía. En qué creía y, sobre todo, qué estaba dispuesta a creer. Con la mitad de esos datos, te follas a cualquier mujer en hora y media de charla. Imagina entonces lo que puede hacer un gobierno con las búsquedas de un pueblo entero.

Me lo imaginé y me dio asco. No el mundo, sino el nuevo Pol, el Pol de la terraza. Preferí mil veces al otro, al tímido que tomaba de la mano a su novia y la miraba a los ojos en la sobremesa. Pero ya no vería más a aquél, porque había conocido a éste. Y éste mataba al anterior.

El otro, el Pol galante y primerizo, seguramente era ahora mismo el tema de conversación en la charla femenina del comedor. Mireia le estaría confesando a Cristina que su novio nuevo era perfecto y sensible, que conocía mágicamente sus preferencias en la cocina y en la cama. Que le gustaban las mismas canciones, los mismos libros, que hacían el mismo zapping, que planeaban sus viajes con certeza telepática.

—Ahora estoy investigando a una tetona que entró hace dos meses al departamento de prensa —me decía Pol, pero yo casi no lo escuchaba—. Una rubia hermosa: le gusta ver fotos de gente atropellada. La semana pasada me le aparecí fingiendo una muñeca fracturada y me comió con los ojos. La tengo ahí, pidiéndome por favor.

Pero yo no estaba más en el balcón. Seguía pensando en la conversación de abajo. En la pobre Cris, escuchando y quizás envidiando todas aquellas maravillas sobre las parejas ideales y los varones perfectos. La idealización del amor, los hombres que usan la camisa adentro, los hogares libres de humo, la íntima sensación de haber dado con la persona correcta… El uno para el otro, siempre. ¿Por qué le regalé a Cristina ese long play para nuestro aniversario? ¿Qué buscará ella en Google? ¿Cómo se me ocurre pensar que a una catalana le puede gustar Pappo’s Blues? No. No hay respuestas para todo. No es bueno que las haya.
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